Estupefacta ante el cierre de las iconografías turísticas locales, bajo incomprensibles caracteres chinos, una transeúnte recorre la Gran Vía de Madrid, en plena segunda ola del Coronavirus.
La madrileña Gran Vía, hoy desértica, con sus aceras ampliadas hace tan poco para atender las enormes aglomeraciones de madrileños y turistas de todos los rincones del mundo que hace menos de un año, sumaban los 80 millones de visitantes al país.
Hoy es recorrida por una mujer que camina sola y temerosa bajo su abrigo y cubre la mitad de su rostro con la obligatoria mascarilla que ha marcado nuestro 2020, con ella, disimula su probable estupefacción.
Con asombro contempla la localización estratégica del centro de información turística de Castilla La Mancha, totalmente cerrado; como tantos hoteles, bares y teatros de todo el país, cuya principal industria, el turismo, está tan cerrada como esta oficina.
Resulta paradójico ver algunos iconos dibujados en el cierre del local, que a más de uno nos han emocionado alguna vez.
Toledo, un destino obligado o las únicas en su estilo, Casas Colgadas de Cuenca, son parte del marco del más internacional personaje jamás imaginado, sí es que en realidad fue imaginado, porque el Quijote fue tan bien plasmado por Cervantes, que en ocasiones se le puede confundir con un personaje histórico, y de los más entrañables.
Si él viviera en 2020, seguramente apartaría a la dama y le transmitiría consuelo, le diría:
"No temáis noble señora, que no habrá maldad invisible en forma de virus que detenga la furia de mi espada. Mientras cabalgue a lomos de mi valeroso Rocinante, ni el dolor, ni el miedo ni la desesperanza que se le ha impuesto a señores, nobles y campesinos de mi tierra, habrá de quedar impune”.
"No, no es un virus", diría, "sino un dragón gigante; venido de muy lejos".
Veríamos a Don Quijote embestir el aire e intentar dar muerte al enemigo de todos en este
2020.
Puede que semejante escena no sirva para nada, salvo para llenar la cabeza de algunos locos de esperanza, un bien hoy más escaso que nunca. Yo sería uno de esos esperanzados, sin duda.
Pero la paradoja no está en imaginar un capítulo añadido a una obra tan completa como la de Cervantes, sino en observar lo mismo que observa nuestra transeúnte.
Todo lo que nos ha identificado como sociedad está apagado, cerrado o en quiebra.
Sobre todos estos iconos culturales del corazón de España y de toda la Hispanidad entera, reposan unos incomprensibles caracteres chinos (para quienes no tenemos formación en esa milenaria lengua y cultura), tan incomprensible como el aún científicamente no comprobado salto natural de esta enfermedad de animales a humanos, en esa milenaria China, tan hermética y antidemocrática, como rica.
Hoy la única economía del mundo en crecer este año, un gran dragón despierto decidido a ser la primera gran potencia del mundo y mientras, nuestros políticos guardan el mismo silencio que todas nuestras costumbres, cerradas hasta que nos vacunen, sin más preguntas a la potencia donde se inició todo. No vaya a ser que se molesten.
Valère Alexander Díaz
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